En el día de ayer, Donald Trump, con su habitual modo prepotente, anunciaba a la prensa que fuerzas militares estadounidenses habían robado un buque petrolero en las costas del Caribe. Horas antes, dos aviones F-18 habían sobrevolado el espacio aéreo venezolano violando abiertamente la soberanía del país. Esta escalada bélica se suma a una clara campaña de intromisión del gobierno de los Estados Unidos en los procesos electorales latinoamericanos. El caso más evidente fue Argentina, donde Trump afirmó textualmente: “Él iba perdiendo hasta que nosotros lo ayudamos”. En Honduras, su expresión tuvo el mismo tono grosero: “Necesitamos resultados electorales que nos gusten”. A esto se suma que, en el día de ayer, fue detenido el expresidente de Bolivia, Lucho Arce, sin que los espacios progresistas de la región acusaran registro de semejante atropello.
Todos estos elementos dejan en claro que el despliegue militar frente a las costas venezolanas forma parte de una avanzada imperialista sobre nuestra región. Una avanzada que encadena injerencismo en los procesos electorales, operaciones de desestabilización y despliegue belicista, buscando sin disimulo promover gobiernos pro-yankees e incidir en la política interna de nuestros países. Y cuando —como en el caso de Venezuela— se agotan las instancias no violentas, directamente amenazan con bombarderos o invasiones.
En este contexto, defender a Venezuela, a su pueblo y a su gobierno está directamente vinculado a un posicionamiento antiimperialista, incluso de defensa propia, frente a una embestida que avanza sobre toda la región. En un momento de repliegue estadounidense ante la emergencia de la multipolaridad, Washington pretende reeditar groseramente la doctrina Monroe: “América para los americanos”. Defender a Venezuela, desde la concepción de la Patria Grande, es defender nuestra propia soberanía. La avanzada yankee no termina en el Orinoco: empieza allí para intentar avanzar sobre toda la región.
El segundo elemento tiene que ver con la contradicción impuesta por el algoritmo, los medios de comunicación y una parte de la dirigencia kirchnerista. Por un lado se reivindica el No al ALCA, pero por otro se esconde cualquier foto con Chávez o cualquier registro de viaje a Caracas a participar de algún congreso internacionalista. Los adalides del pragmatismo imponen una versión “light” de lo ideológico, maleable al oportunismo o a la rentabilidad simbólica en el universo digital.
Esto plantea una pregunta elemental: ¿es posible seguir siendo un militante nacional y popular si ni siquiera podemos expresar solidaridad con un pueblo agredido militarmente por Estados Unidos? ¿Se puede dar una pelea conceptual contra Milei desde una postura inconsistente, temerosa o incluso condescendiente con los argumentos del adversario?
El ejemplo más claro fue en Chile, cuando la candidata del Partido Comunista expresó categóricamente: “No tengo nada que ver con Maduro, lo considero un dictador, y espero que Venezuela vuelva pronto a la senda democrática”. Pareciera que algunos creen que es mimetizándose con el discurso de la derecha como se ganan elecciones o se transforma la realidad.
El último elemento está directamente vinculado a lo geopolítico. En la nueva configuración de un mundo multipolar, Caracas expresa tensiones que exceden las fronteras del país bolivariano y forman parte de una disputa más amplia. Posicionarnos en defensa de Venezuela y de la paz en la región implica asumir una posición global: al menos un mundo sin hegemonía estadounidense, un continente sin bombas y una región que no sea el patio trasero de nadie, sino la Patria Grande de nuestros libertadores.
Esconder nuestra militancia con Chávez y Néstor no es el mejor lugar desde el cual consolidar una posición firme que reivindique nuestra historia, nuestras victorias y nuestras convicciones. Mucho menos para diferenciarnos de un gobierno pro-norteamericano que expresa los peores valores y la peor política.
La agresión a un país latinoamericano nunca es un hecho aislado: forma parte de una estrategia continental. Defender a Venezuela es trazar un límite claro frente a esa avanzada.




