En tiempos
donde el individualismo se presenta como virtud y el ajuste como épica, el
pueblo volvió a marchar. Desde Liniers hasta Plaza de Mayo, la columna de
trabajadores de la economía popular, gremios y movimientos sociales reafirmó
una consigna que no claudica: Paz, Pan, Tierra, Techo y Trabajo.
En paralelo, en
el santuario de San Cayetano, el arzobispo Jorge García Cuerva ofreció una
homilía que, lejos de la neutralidad, volvió a mostrar a la Iglesia como eco de
los clamores populares:
“Somos
custodios de los más pobres, de los más débiles, de los ancianos que siguen
esperando una jubilación digna, de los discapacitados y enfermos... No podemos
desentendernos de los que sufren, de los que revuelven los tachos de basura
buscando algo para comer… y no lo hacen porque les gusta.”
Con palabras
firmes, García Cuerva advirtió contra la indiferencia organizada y el desprecio
creciente hacia los sectores vulnerables. “Podemos tener algunos
números que nos cierren y nos hagan bien, pero la vida no es solamente
números”, dijo, en alusión directa a la lógica tecnocrática del
Gobierno nacional.
El trabajo
como puente entre fe y justicia social
La Conferencia
Episcopal Argentina también se pronunció en la previa de la jornada,
afirmando que “cuidar el empleo y las fuentes laborales debe ser una
prioridad indeclinable en cualquier plan económico”. En tono crítico, el
documento advirtió que “ninguna medida puede considerarse exitosa si
implica que los trabajadores pierdan su empleo o vivan con angustia e
incertidumbre”. Desde ese lugar, la Iglesia no solo acompaña la plegaria,
sino que también toma posición en defensa de la vida digna y el tejido social
que la sostiene.
Desde el otro
extremo del recorrido, en el acto de cierre en Plaza de Mayo, la CGT,
junto a la UTEP y diversas organizaciones populares, leyó un
documento donde se denuncia el impacto regresivo del ajuste libertario. “No
avalamos políticas que recorten derechos laborales, que le pongan cepo a las
paritarias libres o que desmantelen el Estado en nombre de una supuesta
eficiencia”, sostiene el texto, dejando en claro que el relato del déficit
cero no justifica el hambre ni la destrucción del trabajo.
Lejos de
superponerse, estos gestos se amplifican entre sí: mientras el altar ofrece una
palabra de consuelo y denuncia, la calle responde con organización, presencia y
demanda concreta. No es una traducción automática: es una confluencia real
—cada cual desde su lugar— en la defensa del trabajo, la justicia y el cuidado
mutuo.
No es solo
una fecha
La jornada de
San Cayetano vuelve a mostrar que el clamor del pueblo por trabajo digno no es
un acto aislado ni una mística del pasado. Es resistencia y propuesta, oración
y organización. Es también un punto de encuentro entre el lenguaje de la fe,
los gestos comunitarios y la movilización de los sectores populares.
En un contexto
donde se criminaliza la protesta y se celebra el mercado como deidad y único
orden posible, el mensaje que se escucha desde los altares y desde las calles
tiene una fuerza singular: la dignidad no se negocia.