A pocas cuadras de mi casa una madre se suicida.
Tiene hijos, pero también tiene muchas deudas. Los prestamistas la amenazan, la acosan, le envían mensajes con fotos de sus hijos, aumentan la presión junto con los intereses, 25 mil pesos por día.
Lo que a veces se ve como una salida es un salto más en el abismo de la deuda: pedir otro préstamo para saldar el más urgente, el más peligroso.
La deuda se vuelve ingobernable.
La cifra de lo que se debe no queda clara, no hay conciencia de la economía familiar, ni posibilidad de afrontar otras responsabilidades, ni de disfrutar nada.
Lo familiar implosiona y el ser deudor opera como un estigma, que señala que quien no pudo pagar carga con la responsabilidad de no haber podido sobrevivir en un mecanismo de crueldad sistemático, promovido por el presidente y su plan económico, en donde la subsistencia se vuelve la prioridad.
Un sistema que deshumaniza, provocando una ley de la selva donde ya no se vive, no se ejerce ciudadanía ni se disfruta, sino que se está obligado a demostrar cuán cruel se es para seguir perteneciendo a un entramado social maliciosamente gestionado desde el aparato del Estado, en complicidad conceptual e ideológica con narcos, lavadores de guita, una parte del poder, de la política y la policía, y los peores vecinos del barrio, que desde hace años esperan una convocatoria como esta para demostrar su desaprensión por sus vecinos e incluso por su propia humanidad.
La mujer se ahorca, o termina de completar la escena de asfixia inducida por aquellos que hicieron guita a costa de su dolor, de su sufrimiento, y un Estado que hoy no está del lado del más débil, sino que premia, promueve y sostiene espiritualmente al hijo de puta.
Junto a su cuerpo encuentran una nota que dice:
“Me sacaron todo, hasta la vida. No jodan más a mis hijos, ya se llevaron todo lo que me podían sacar.”
¿Hay alguna forma de conceptualizar a quien hace de la crueldad un negocio, a quien empieza a ver a su vecino como una víctima, a quien morbosamente disfruta en la orgía de un tiempo sin ética?
Lo primero que se me ocurre es decir HIJOS DE PUTA, pero es poco, es solo la materialización de esta rabia.
Pero tomando aire, respirando, aparece el epíteto correcto: MILEÍSTAS.
Estos emisarios de la crueldad, constructores de la economía de la supervivencia, son la encarnadura concreta de la ideología del gobierno de Milei, en nuestros barrios, en nuestros territorios, en nuestras vidas, en nuestros afectos.
El autor ideológico de la muerte de esta trabajadora endeudada y amenazada es el presidente de la Nación y su ministro de Economía.
En este mundo de las pantallas y la tecnología, se convive con una dimensión virtual de lujos y ostentaciones, de fotos de viajes y de capacidad de consumo.
Mientras, con la mano izquierda sostiene el celular, con la otra detiene a su hija pequeñita que le dice:
“Mamá, ¿qué comemos hoy?”
La realidad se impone cruel, brutal, urgente.
La hibridación entre la panacea digital y la realidad infernal deja una condición humana calcinada de orfandad, sola, aislada, enfrentando un proyecto de país que, desde un modelo económico impuesto por la Casa Rosada, exprime lo humano en post de constatar una tesis económica atravesada por subjetividades colonizadas por ecosistemas patológicos, que desde el slogan del libre mercado y la libertad ensayan en los cuerpos de nuestros vecinos el peor modelo de capitalismo brutal, enemigo de lo humano.
La estigmatización de los planes sociales, el trabajo por borrar de los territorios a los movimientos sociales, la conexión moral entre el presidente y los transas abonaron el terreno para que emerja este escenario presente en todos nuestros barrios: una lucha por la subsistencia que amenaza romper la trama comunitaria, replegándonos a una lógica individual de ciudadanía devaluada y de humanidad mercantilizada.
Urge recuperar la iniciativa creativa en la organización territorial, generando espacios de hospitalidad, de escucha, de acompañamiento, espacios de humanidad.
El plan social nos permitía juntarnos, hacer algo, una cooperativa, y tener una moneda para resolver lo básico.
Eso no está más, y generó que el comer o no sea una cuestión de suerte.
Pero hoy hay que ir por más: hay que reclamar no solo un plan, sino un salario universal que haga que todo el mundo tenga derecho a comer, a cubrir lo básico, a mínimamente vivir.
Hoy todos estamos endeudados.
Algunos tenemos el privilegio de estar bancarizados y deberle al banco, otros al prestamista, amenazados por gente armada, hostigados, patoteados.
Milei socializó la angustia.
Parte de las prioridades de la trama organizativa territorial es tramitar esa angustia colectiva.
Parte del programa político debe ser ver esta realidad de maltrato cotidiano que sufre nuestra gente.
No hay respuesta frente a una denuncia de amenazas, no hay protocolos capaces de abordar el sufrimiento de una señora madre soltera amenazada de que, si no paga, le van a hacer algo a sus hijos.
La política tiene que dar respuesta a estos problemas concretos y cotidianos.
Quizás esa sea hoy una de las instancias mas claras de lucha y enfrentamiento a Milei, a su gobierno y a su modelo de muerte.




