Hoy para la humanidad, para la familia humana, es un día triste.
No para los que tienen dinero, poder, armas.
Es un día triste para los pequeños, para los lentos, para los descartados, para los extranjeros, para los que están en la calle, para los que están presos, para los que sobran.
Hoy podríamos decir que los pobres son un poquitito más pobres con la partida de Francisco.
Y que este mundo al perder a este padre de la humanidad ha quedado un poco más huérfano.
Este hombre de Dios que eligió partir en la Pascua de la Resurrección, nos deja una tristeza profunda, especialmente entre los pobres, que hoy nos sentimos un poco más huachos, más indefensos, más solos.
Pero también tenemos la paz en el corazón y la esperanza de saber que él está con Dios en el cielo, que nos cuida y que intercede por nosotros, especialmente por los más pequeños y los más pobres.
Hacemos memoria agradecida como pueblo y nos colgamos de su sueño.
Ese sueño que compartió con toda la familia humana:
una Iglesia pobre para los pobres.
Una iglesia hospital de campaña, que reciba la vida como viene, que siempre tenga lugar.
Una iglesia en salida, que salga a buscar al que está roto, al que está al costado del camino, al paria de la vida.
Francisco nos repitió una y otra vez:
Prefiero mil veces una Iglesia herida, manchada y equivocada por salir a la calle, que una iglesia atrofiada por quedarse encerrada.
Fue un Papa que salió al cruce de los caminos, que visitó cárceles, que abrazó a los que sufrían en la calle, que recibió a inmigrantes, que defendió a los niños y a los abuelos, que enfrentó la cultura de la indiferencia con la cultura del encuentro.
Francisco va a quedar en la historia de la humanidad y en la historia de nuestra Iglesia.
Y ahora está en nosotros tomar su legado y hacerlo realidad:
Que su vida nos cueste, que nos transforme, que nos desafíe a vivir el Evangelio de Jesús hasta las tripas, hasta el fondo.
Que nuestras iglesias tengan siempre las puertas abiertas.
Que nuestras mesas tengan siempre un plato más.
Que en nuestras casas haya un colchón más para quien no tiene techo.
Que en nuestros corazones arda el fuego de salir a buscar al que está sufriendo.
Francisco nos dejó la gracia inmensa de que los más pobres estén en el corazón de la Iglesia y no afuera.
Porque donde están los más pequeños, ahí está Dios.
Y donde los pobres son descartados, la Iglesia queda vacía de Dios.
Francisco fue un Papa cercano, compasivo, cariñoso.
Caminó entre su pueblo, en la Plaza San Pedro, entre su gente.
En esta última Pascua eligió ir a la cárcel.
Eligió estar entre los olvidados.
Fue un hombre que nos dejó la huella viva del Evangelio de Jesús de Nazaret.
Nos toca ahora a nosotros:
concretar su sueño, su bandera, no solo con palabras, sino con obras y con verdad.
Francisco fue cercano a nuestros barrios, a nuestro dolor, a nuestra necesidad.
Nos miró cuando nadie nos miraba.
Nos mandó la imagen de San José, la imagen de San Cayetano para nuestra Matanza, ayudó a levantar escuelas, hogares para niños y abuelos.
Nos dejó su firma, sus cartas, su ternura.
Nos dejó la fuerza de su mirada en este momento histórico de crueldad y descarte.
Que Francisco, desde el cielo, interceda para que nuestros corazones no se enfríen.
Para que se nos arda la tripa frente a la injusticia.
Para que sus manos sigan vivas en nuestras manos.
Démosle gracias a Dios por la vida de este hombre que pasó haciendo el bien, como Jesús de Nazaret.