No se entiende a Francisco sin Yorio. No se entiende Lampedusa sin el Bajo Flores.
Francisco conmovió al mundo. Mostró que la ternura también puede ser poder, que el Evangelio no necesita intermediarios, y que la política de los pobres no es un gesto simbólico, sino un proyecto de humanidad. Su primer viaje fue a Lampedusa, donde lloró por los migrantes muertos, habló de la globalización de la indiferencia y puso en palabras algo que muchos no sabían nombrar: que los descartados del sistema son el centro del Evangelio.
Pero esa voz no nació en Roma. Viene de otro lugar. De una historia anterior. De una generación encendida por el Concilio Vaticano II, por Medellín, por la opción por los pobres hecha carne en América Latina. Y uno de sus nombres es Orlando Yorio.
Orlando Yorio: cuerpo a cuerpo con los últimos
Jesuita, teólogo, militante de la fe encarnada, Yorio eligió vivir en el Bajo Flores, en comunidad con los descartados, sin protocolos ni privilegios. Su pastoral no fue estratégica ni cosmética: fue radical. Su presencia fue cuerpo. Su Evangelio, compromiso.
En 1976 fue secuestrado por la dictadura, junto a Franz Jalics. Cinco meses desaparecido. Liberado en un basural. Sobrevivió. Y siguió. Testificó en el Juicio a las Juntas. Fue referente en la organización de los “Seminarios de Formación Teológica”, donde miles de personas, en plena dictadura, reflexionaban sobre una Iglesia popular, libre, valiente. Mostró que otra Iglesia no sólo era posible: ya existía.
Una misma raíz, dos geografías
Francisco y Yorio son parte de un mismo tiempo. Fueron formados en la misma escuela teológica, pastoral y espiritual. Hicieron opción por los pobres desde la misma matriz. Uno caminó con ellos en el Bajo Flores. El otro, desde el Vaticano, volvió a poner a los pobres en el centro del mundo. Ambos dijeron: “esto no puede seguir así”.
Francisco eligió hablar con el lenguaje de la ternura. Yorio, con la coherencia de quien entrega el cuerpo. Francisco globalizó la denuncia. Yorio sostuvo la resistencia cuando el mundo se callaba. Lampedusa es el eco de muchas periferias donde pastores como Yorio se hicieron pueblo.
Recuperar a Yorio para comprender a Francisco
Hoy que despedimos a Francisco, necesitamos nombrar también a Orlando Yorio. No para hacer comparaciones. Sino para entender el origen. Para recordar que la potencia de Francisco tiene raíces. Que su voz no surgió de un despacho. Que su mirada nace de una historia colectiva, de una Iglesia que supo ser barro y pensamiento, pueblo y mística.
Yorio fue un testigo. Fue parte de una generación que dio todo, y que aún arde en muchas comunidades. Nombrarlo hoy es acto de justicia. Y también de comprensión. Porque no hay rama sin raíz. Y el Bajo Flores es, también, el suelo sagrado de Lampedusa