El aroma de la época y un tiempo que se adelanta a nuestras categorías
El aroma de la época nos dice que algo cambió, a diferencia de otras operaciones científicas en las que la tesis va hacia la praxis para ser explicada, comprendida o validada, en este caso parece ser al revés: el tiempo, la historia, las percepciones concretas de la realidad parecen ir más rápido de lo que la academia o nosotros mismos podemos ensayar como lectura de la época o incluso como descripción de nuestras propias percepciones físicas y materiales.
Esta modificación del umbral ético que implica la manera de concebir el bien, la verdad y la belleza parece haber inhibido la percepción colectiva de los sentidos. Después de la pandemia quedamos sin olfato y sin sabor, y en tensión cognitiva con los sentidos restantes. El choque directo con la sobreinformación y la estimulación digital nos hace andar nuestra propia humanidad y el mundo a tientas, preguntándole al algoritmo dónde están cuantitativamente “el bien, la verdad y la belleza”, con el dato de que “cada cual tiene un triple en el bocho”. La hibridación algorítmica nos devuelve múltiples variables de esos valores, administrándonos dosis emocionales de información que condicionan nuestra percepción del mundo y de nosotros mismos.
El futuro ya llegó (y nos lleva ventaja)
El tiempo que vivimos es fascinante: el futuro llegó, está entre nosotros, convive con nosotros pero nos lleva décadas de ventaja. Su capacidad innovadora tiene sabor de revolución, pero sus traducciones políticas de lo humano adquieren lógicas numéricas brutales, insensibles, de pretensión exacta y sin poesía.
Frente a esto desoímos a Spinetta y su “mañana es mejor”, cayendo en un pesimismo que a veces se vuelve grosera y morbosamente individualista.
Las generaciones ante la intemperie histórica
Somos varias generaciones las que convivimos en esta época. Especialmente los militantes venimos recurriendo a la generación de los 70 como oráculo. Esto tiene razón de ser: aquellos jóvenes fueron capaces de empujar la historia y lo ético a lugares de una honestidad conmovedora, capaz de trascender el tiempo y permitirnos una referencia épica que llegó hasta nosotros. Sin embargo, aquella generación parece no poder leer esta época con creatividad, recurriendo a la frustración, el fastidio o, en el mejor de los casos, los más esmerados, a un fatalismo apocalíptico un poco egoísta para con las generaciones que aún tenemos por delante unas décadas más de ciudadanía en este mundo. Si esa generación, en medio de torturas y persecución, persistió en habitar un mundo mejor, ¿por qué no deberíamos nosotros reivindicar el mismo derecho?
Entre esa generación y nosotros hay una intermedia “perdida” en privilegios y autos oficiales, incapaz de cualquier épica, gladiadora de la rosca y la lapicera. Luego venimos los post-piqueteros, los que de lo social pasamos a la política y de la política al proyecto personal, muy entrelazado con la suerte colectiva.
Luego viene otra generación con la cual convivimos: es la del futuro, con capacidad productiva a través de las pantallas, con experiencias novedosas en términos afectivos y amorosos, y con una constatación concreta, cotidiana, inmediata de una lógica global que es fascinante. Podría seguir enunciando aportes de esta generación, que es genuinamente la de este tiempo, pero prefiero dejar un territorio abierto, fascinante, ya que al estar siendo es todavía posibilidad de asombro y de creación. Afortunada y sabia la vida.
Una época que no “es”: está siendo
La época parece no ser, sino “estar siendo”: sucede más rápido de lo que puede ser explicada. Los grandes relatos y los grandes egos se vuelven lastres pesados que no permiten imaginar ni caminar el momento. Recurrentemente, como un catecismo casi inquisidor, se escuchan convocatorias a “pasados mejores”, quizás con más sed de protagonismo que de altruismo.
Reivindicar el presente y el porvenir en estas circunstancias es un acto amoroso porque conlleva fe en lo humano. Exige un esfuerzo físico concreto por operar sobre la realidad, por caminar sobre ella, bajarse de la cinta que genera dopamina: mejora lo físico, pero está siempre quieta en el mismo lugar.
Intemperie y dignidad: caminar hacia el porvenir
Este tiempo de puntos suspensivos nos expone a la intemperie. Quienes siempre caminaron en certezas de diferentes tipos (económicas, intelectuales, materiales, estéticas, morales) sufren el presente como territorio inhóspito. Quienes vienen de la falta, de la precariedad, miran con asombro el viento que hincha las velas y ven la proa del barco cortar las olas a medida que avanza.
Habitar este tiempo con dignidad es operar militantemente sobre la historia. En la sabiduría de los que habitaron y habitan la intemperie se ensaya un destino solidario de humanidad. En las pupilas que ya en este tiempo habitan el futuro, en sus cortos años y sus muchos asombros, habita el porvenir. Militar hoy es hacer algo, pensar con otros y no renunciar a la esperanza. La tarea de la hora es habitar el porvenir.



