El yo y el extravío del nosotros
En los
días posteriores a la elección, el espacio público se llenó de gestos
eufóricos, declaraciones extravagantes, performances que buscan sacudir la
quietud.
El grito, la furia o la insolencia pueden conmover —por un instante parecen
recuperar la épica—, pero muchas veces dejan un silencio igual de hondo que el
que pretendían interrumpir.
Son
escenas donde el yo se vuelve protagonista
absoluto: un yo que quiere reparar el
mundo con una frase, un gesto, impactando desde el streaming de turno,
confundiendo visualizaciones con pueblo, histrionismo con autenticidad. Un yo que se pretende colectivo, pero que termina
orbitando el ego en la deriva de la soledad.
El
individuo desbordado por su propia exposición, es uno de los síntomas de esta época,
que por momentos es más fiebre que diagnóstico, un sujeto que busca sentido a
través de la visibilidad, que confunde intensidad con profundidad, impulso con
dirección.
El
resultado es una política fragmentada, que oscila entre la consigna y el estallido,
sin lograr alojar la reflexión ni el trabajo paciente de lo común, errante de
toda legitimidad, esa exacerbación del yo por momentos pareciera no ser mucho
mas que el protagonista del sainete interpretado en el derrumbe de nuestro
conventillo. ¿El derrumbe del nosotros?
La brújula, el mundo roto y el algoritmo
En esta lógica de espectacularización,
incluso las referencias culturales son absorbidas y devueltas como emoción
prefabricada. Vale detenerse en una imagen que se masificó en los últimos días:
“La brújula anda bien, lo que se rompió es el
mundo.”
La
frase, tomada de El Eternauta, reapareció
con fuerza tras los resultados electorales del domingo. Circuló como epitafio
emocional, una forma serena pero resignada de aceptar la derrota y el
desconcierto. En su viralización fue despojada de toda potencia creativa,
convertida en emblema de la imposibilidad, en reflejo del “no hay nada que hacer.”
Sin
embargo, en otro contexto cercano —cuando la serie basada en El Eternauta era furor en las plataformas—
esa misma frase condensaba otra sensibilidad: la épica de lo colectivo frente
al mundo roto, la certeza de que aun en la catástrofe hay brújula, hay
comunidad, hay dirección.
El
algoritmo, una vez más, no solo captura la emoción: captura el sentido.
Desarma las referencias culturales para ponerlas a circular como mercancías
afectivas.
No opera solo sobre la esperanza, sino sobre la memoria simbólica que nos permitió pensarnos juntos.
La frase que Oesterheld escribió
como afirmación de lo común es devuelta como signo de agotamiento; la épica
colectiva se trastoca en resignación individual.
La
cultura popular —esa reserva de sentido compartido— se convierte así en campo
de disputa entre el desánimo y la posibilidad. Recuperar la brújula de lo
humano no implica negar el dolor, sino reaprender
a orientarnos en medio del mundo roto: reconocer que su sentido
original no era la rendición, sino el llamado a reconstruir lo común.
Nosotros y la época
Durante mucho tiempo militamos la consigna otro mundo posible. Esa frase condensaba una
esperanza, pero también una crítica: la intuición de que el orden vigente no
era destino.
Hoy, que ese mismo mundo comienza a resquebrajarse en sus propias
contradicciones, por momentos pareciera que pretendemos volvernos guardianes
del orden que alguna vez quisimos transformar. El intento de conservar los
restos, invalida nuestro potencial creativo,
imposibilitándonos ver lo comunitario, lo humano como fuerzas capaces de
diseñar lo que viene.
Nuestra brújula sigue funcionando mientras apunte hacia
el vínculo, hacia el cuidado de lo común. En medio del ruido y la
incertidumbre, esa orientación tiene un valor político enorme. Nos recuerda que
este tiempo, no es del todo amenaza, sino también territorio de invención, de heroicidad creativa. La potencia del nosotros
no debería desgastarse custodiando certezas, sino ensayando en lo desconocido, propuesta programáticas humanizantes con
confianza en lo comunitario.
Lo comunitario no puede ser solamente refugio,
necesariamente debe ser laboratorio de lo nuevo. Ahí donde la
economía especula, la comunidad produce; donde el algoritmo separa, la
comunidad convoca, junta; donde el ego grita, la comunidad conversa. La brújula señala lo humano.
La madurez política de esta época no será la de quienes
preserven lo conocido, sino la de quienes se atrevan a pensar lo transformador como práctica colectiva e individual,
frente al rechinar de un mundo que se mueve, resguardarnos en el miedo es un
posicionamiento conservador, la capacidad de imaginar, en este tiempo, nos
devuelve aromas de Revolución.
La brújula anda bien, mientras siga marcando lo humano, será oportunidad de futuro.
Diego Molinas



